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Los cristianos pueden creer erróneamente que el mundo era malo antes de Cristo y más tarde, después de su muerte, cambió esencialmente en una manera palpable. Rahner evita esa equivocación. Él define la culpa como el rechazo, del origen de la historia humana hasta ahora, para aceptar el ofrecimiento de Dios del ser. La culpa no es meramente un sentimiento de remordimiento acerca de un acto pecaminoso en una ocasión o en otra. En su base, es un rechazo de Dios. Esto amenaza al ser humano de una manera radical, dice Rahner, porque el que se niega a la auto-comunicación de Dios se niega a la libertad verdadera.En la primera parte de este capítulo, Rahner muestra apenas cuán difícil es para las personas para salir por sí mismas de la culpa. Nadie puede escapar a la situación de culpabilidad – la situación de negar el don divino del ser – el que es. Verdaderamente, sin Dios no podemos reconocer la culpa como lo que es. Una vez que nosotros admitimos que nos hemos alejado de Dios, entonces podemos escoger responsablemente y libremente lo bueno que está ante nosotros. Con esta elección reconocemos el ofrecimiento de Dios a la trascendencia, el ofrecimiento que lo identificamos con la misericordia y el perdón divinos. |
Foto de Karl Rahner por Adolf Waschel de Vienna, publicado en el libro de Rahner, I Remember: An Autobiographical Interview with Meinold Krauss, translated by Harvey D. Egan, S.J. (New York: Crossroad, 1985). |
La libertad de actuar responsablemente, Rahner dice en la segunda parte, es esencial a la comunicación de Dios con los seres humanos. Siguiendo las conciencias, las personas responden a la invitación de Dios para oír la Palabra divina y la obedecer. De esta manera, ellos logran su trabajo en la vida y miémosla definición de si mismos. Sin embargo, la libertad humana nunca está completa. Siempre actuamos dentro de un contexto impuesto por la historia. Nos quedamos como oyentes de la palabra de Dios, nunca somos los maestros de ella.De ahí que nunca podemos saber que tan libres somos ni podemos valorar completamente la calidad moral de nuestras acciones. Esto es el argumento de la tercera parte. La persona farisaica es siempre capaz de rechazar a Dios. Tales personas se engañan a sí mismas en su forma de pensar de que ellos actúan libremente y responsablemente, pero pueden, de hecho, estar haciendo lo contrario. Opuestamente, una persona puede profesar el ateísmo en el nombre de la libertad humana, y con lo cual afirma a Dios, aunque indirectamente y no tan explícitamente. El Dios misterioso ofrece a personas la libertad y los invita a actuar responsablemente, para quedarse como el único juez de la calidad moral de sus acciones.Los seres humanos no pueden escapar del hecho de que sus vidas están determinadas por una historia en la que las personas se niegan al don de Dios hacia ellos. Eso es el significado, según la cuarta parte, del pecado original. No es la culpa personal, sino la culpa universal de las personas en una historia marcada por fracasos repetidos para responder a la llamada de Dios. Esta culpa es radical porque amenaza la raíz de la libertad humana. |
(III.1, p. 117) Rahner aborda dos cuestiones: la naturaleza de la redención y la manera en la que se logra. Primero, él nota que nuestros actos erróneos nunca son totalmente privados. Nunca podemos reconciliarnos por nosotros mismos. Por lo tanto esta es la primera dificultad: cómo podemos reconciliarnos con Dios, y con los otros, después de que hemos hecho un mal. La segunda cuestión es acerca de cómo somos redimidos. La parte de esta pregunta es una pregunta temporal. Rahner pregunta si es un “momento” o un “proceso.” La respuesta se dará más tarde.
En la primera parte, Rahner inicia mostrando que la mayoría de las personas consideran hoy la pregunta de la culpa como confusa u oscura. En seguida, él muestra que tenemos que tener una relación con Dios para saber acerca de la culpa, y que la experiencia de la culpa lleva a entrar en el amor de Dios y su perdón.
A. Carácter encubierto de la cuestión para
el hombre actual
(III.1.A, p. 118) La persona “normal” no teme a Dios como el que
la va a juzgar. El temor de Dios significa respetar, en la mayoría de
los casos, y no implica miedo o terror. Aún nosotros cristianos (quienes
esperamos temer a Dios) no tenemos una impresión especialmente poderosa
de nuestras propias disposiciones morales. Muchas personas ven la muerte no
como el juicio, sino como la resolución de la confusión de la
vida cotidiana o aún más como algo absurdo y sin sentido.
Sin embargo, todas las personas comparan lo que ellos deben ser con lo que ellos son. Aunque las personas contemporáneas no piensen generalmente en la muerte como juicio, creen que el ser humano (y no Dios) es el que necesita de ser justificado. Ellos deben estar abiertos por lo menos al mensaje cristiano, sabiendo que los seres humanos son pecadores necesitados de la redención.
B. El círculo entre experiencia de la culpa y
del perdón
(III.1.B, p. 120) Más importante que la oscuridad de la culpa es el problema
de la relación entre la persona culpable y Dios. Parece paradójico,
pero sólo cuando uno tiene una “asociación” con Dios
puede uno saber de la culpa. Sólo con inmediación a Dios podemos
entenderlo. La culpa significa el repudio a la auto-comunicación con
Dios.
Rahner dice, la culpa y el perdón tiene una relación circular. Experimentamos la culpa como el alejamiento a Dios. Cuándo uno se ve a sí mismo haciendo esto, uno es movido a la reflexión. La reflexión es que el Dios a quien uno no responde continúa ofreciendo una invitación. Dios de hecho no es un juez cruel pero es uno que ama y perdona.
(III.2, p. 121) La libertad del ser humano: es el tema de la segunda Parte. Rahner afirma que esta libertad no es algo que tenemos que rehabilitar por medio de la disciplina espiritual, pero que está presente en nuestra vida en cada acción y elección. La libertad es la esencia de la oferta de Dios a la humanidad. Pero un acto de libertad influye al próximo, Rahner dice, y todo contribuye al logro final que es la vida humana. Cada acto libre expresa nuestra relación con Dios, el fundamento de la libertad humana. Es así que en cada acto libre, tomamos una decisión a favor o contra Dios. Dado que cada acto libre es condicionado por factores más allá del control del individuo, el humano nunca esta seguro de la calidad moral de sus decisiones. No hay un parámetro en el cuál el ser humano pueda decir, “Ahora finalmente entiendo la comunicación de Dios, y no necesito escucharla.”
A. La libertad se refiere a la totalidad de la existencia
humana
(III.2.A, p. 122) El concepto de la libertad se puede entender falsamente en
términos del Gnosticismo que es asociado con Origenes de Alejandría
en Egipto. Él creyó (según Rahner) que la vida concretamente
es mala. Dado este punto de vista, el gnóstico ve la libertad como algo
que existió antes de la vida concreta, aún antes de la historia.
Como un concepto contrario, Rahner propone que la libertad verdadera es “la
potestad que el sujeto mismo tiene sobre sí mismo como una unidad y un
todo” (122). No es algo cuál tiene que “recuperar”
por medio de una disciplina espiritual rigurosa, sino algo que uno ejercita
constantemente. La libertad no existió antes de la historia (en alguna
edad gnóstica de la perfección), sino que se realiza en un periodo
en el tiempo.
La libertad no es un “dato,” algo dado, ni una facultad neutral. No es la mera habilidad de toma las decisiones. No es una facultad cuya moral uno puede sólo valorar después que se ha ejercitado. Es fundamentalmente el logro de la propia persona. Actuando libremente, uno la realiza.
B. Libertad como facultad de lo definitivo
(III.2.B, p. 123) Es una equivocación afirmar que la libertad es meramente
la capacidad de hacer esto o aquello, como si una decisión no tuviera
relación con la segunda decisión, sino que cada decisión
condiciona la próxima decisión. La libertad es la capacidad de
hacer algo definitivo. Cada acto de la libertad realiza el logro de una vida
siempre más final. La libertad es la capacidad de lograr un propio ser.
Es la capacidad de establecer “la eternidad, que nosotros mismos somos
y devenimos” (124). Cada acto contribuye a la suma de lo que somos.
C. Libertad trascendental y sus objetivaciones categoriales
(III.2.C, p. 124) La libertad es un elemento de cada ser humano, pero no puede
ser conocido completamente ni puede ser objetivado. Podemos reflexionar sobre
ello, y así lo hacemos un tema para pensar. Pero aún entonces
nunca llega a ser totalmente un objeto. La reflexión en la libertad es
un ejercicio de ello. Nosotros no lo podemos definir sin utilizar la trascendencia
como un elemento implícito de la definición.
Siempre que el ser humano actúa, él o ella, experimenta la libertad. Sin embargo, esa libertad nunca es absoluta. La libertad es susceptible a la necesidad. Siempre que actuamos, experimentamos nuestra libertad como limitada. Una consecuencia es que nosotros nunca podemos estar seguros de la calidad moral de nuestras acciones. ¿Por qué no? Porque nuestras acciones son “la síntesis de la libertad originaria y necesidad asumida” (125). Nuestras intenciones no determinan la calidad moral de nuestras acciones, y nuestra intención para hacer lo bueno, puede tener como resultado el mal. Por ello la actitud de “la obediencia,” del escuchar y discernir de la auto-comunicación con Dios, es tan importante.
(III.3, p. 126) El ser humano puede decir “sí” a Dios, pero ese “sí” es dirigido a la invitación que suponemos que Dios hace. Nunca sabemos directamente la voluntad de Dios (A). Esta falta de conocimiento complica nuestra comprensión del pecado y la culpa. Aún la persona que rechaza a Dios lo hace generalmente en el nombre de la libertad – la libertad irresponsable (B). El “no” a Dios es posible en la libertad porque no es generalmente una decisión intelectual (C). Más bien, es una decisión manifestada en unas acciones (D). Es un “no” a las posibilidades que Dios nos ofrece, las posibilidades que podemos negarnos. Y si nos negamos o aceptamos el ofrecimiento de Dios, la decisión se esconde generalmente, por lo menos de los otros (E). Aún un explícito “no” a Dios puede ser un implícito “sí,” un reconocimiento de la realidad y la bondad fundamental de Dios (F). Las condenaciones de Jesús sobre su “generación mala” no deben ser interpretadas como una predicción de ese destino de la generación, sino de una indicación de la seriedad de nuestras decisiones morales (G). Uno nunca puede saber (en un última instancia) si una de las acciones es errónea a los ojos de Dios, pero sabemos con seguridad que nosotros no podemos escapar a la posibilidad de el mal (H). Dios otorga la libertad de tomar una decisión a favor o contra Dios, pero la libertad que Dios nos da no limita la soberanía de Dios y su omnipotencia (I).
A. Afirmación o negación no temática
de Dios en cada acto de la libertad
(III.3.A, p. 126) Aún cuando decimos “sí” a Dios,
nos dirigimos a Dios indirectamente. Nuestro “sí” a Dios
“no se da inmediatamente al Dios del principio y de la experiencia trascendental,
sino solamente al Dios de la reflexión temática, categórica,
al Dios en el concepto” (126). Es decir, nosotros decimos “sí”
a lo que creemos que Dios pregunta. Nunca podemos estar seguros que decimos
“sí” a la voluntad absoluta de Dios.
¿Entonces deberemos desesperarnos de que jamás realmente conozcamos y afirmaremos la voluntad de Dios? No. Para cuando decimos “sí” a lo que creemos que Dios pregunta, experimentamos la trascendencia. Es la experiencia que nosotros mismos alcanzamos de lo que esta siempre más allá de nosotros mismos, conocer la voluntad de Dios. Y en nuestra decisión de afirmar la voluntad de Dios, hacemos un sí “no temático” a Dios. Podemos también equivocarnos acerca de la voluntad de Dios que afirmamos. Nuestro conocimiento de la voluntad es mediado. Es una síntesis de lo que nos han enseñado y nuestra interpretación de lo que enseñamos. Esa interpretación puede ser también totalmente sin reflexión.
B. El horizonte de la libertad como su “objeto”
(III.3.B, p. 127) En cada decisión, escogemos lo que pensamos nos hará
más libres. Aún cuando decimos “no” a Dios, nosotros
nos proponemos afirmar nuestra libertad. Y en esa afirmación, afirmamos
implícitamente el ser divino. Por lo es Dios quien nos creó en
libertad. Es Dios que nos invita a ejercitar esa libertad responsablemente.
C. Posibilidad de la contradicción absoluta
(III.3.C, p. 128) Algunos niegan la posibilidad de decir “sí”
y “no” a Dios. Ellos discuten que podemos sólo decir “sí.”
Cuando decimos “no,” estas personas responden, que solamente negamos
alguna realidad finita, algún Dios imaginado. Ellos discuten que nadie
puede negarse realmente el ser divino. Pero Rahner no esta de acuerdo. Si nosotros
no pudiéramos negarnos a Dios, él dice, no habría libertad
verdadera.
D. Libertad del sí o no a Dios
(III.3.D, p. 129) Nuestra libertad no solo implica personas, cosas, o acciones,
sino también a Dios. Nuestra libertad es la libertad para nuestra validez
propia, final y definitiva. Podemos escoger vivir nuestra vida en la rectitud
y la verdad, o en la irresponsabilidad y la mentira. Cada elección que
hacemos nos mueve hacia el logro final y definitivo que llega en el momento
de la muerte.
La concretización de nuestra trascendencia consiste no sólo en nuestras elecciones, sino también en el ofrecimiento de Dios hacia nosotros. Podemos trascender lo que somos y darnos cuenta del potencial que se nos ha dado. Nuestra libertad de hacer esto es también la capacidad de decir “sí” o “no” a Dios. Cuándo decimos “no” a Dios, este “no” no es principalmente un acto intelectual. El verdadero “no” es realizado en nuestra existencia. No lo podemos igualar con la suma moral de nuestros actos. Ni podemos definirlo en términos del último acto en nuestra vida. El “no” puede ser en realidad lo que somos.
E. Carácter oculto de la decisión
(III.3.E, p. 130) No solamente un acto de fe, sino nuestras vidas son la respuesta
a la pregunta de Dios. La pregunta de Dios es acerca de la habilidad humana
de trascender. ¿Aceptamos esta trascendencia y su fuente divina? La elección
para oír la invitación de Dios a trascender, y para llegar a ser
lo qué Dios nos invita a ser, podría ser bien una elección
“escondida.” No puede manifestarse en el modo usual de una vida
justa. Aún un crimen atroz no puede manifestar la totalidad de lo que
una persona es. Puede sólo manifestar lo que la persona era antes de
la conversión. Y lo que puede parecer justo – la vida burguesa
de la respetabilidad – puede ocultar la amargura y la desesperación.
F. La desigualdad del sí y del no
(III.3.F, p. 131) Uno puede decir “no” a Dios, verdadero, pero ese
“no” no es en ninguna manera una reflexión igual o paralela
a un “sí” a Dios. ¿Por qué? Porque cuando uno
dice “no” a Dios, uno reconoce por lo menos que hay algo verdadero.
La verdad que uno reconoce es la existencia de Dios. E incluso cuando uno dice
“no,” entra el medio del más profundo “sí,”
el profundo sí a la existencia de Dios. De ahí el “no”
es nunca absoluto en él mismo, sino, actúa dentro del contexto
de un “sí” implícito.
Por el contrario, un explícito “sí” a Dios puede ser una mentira. Puede ser sólo un “sí” a un ideal categórico y burgués de Dios. Y como tal, puede ocultar un “no” al horizonte trascendental de la libertad – un “no” a la realidad de Dios.
G. Sobre la interpretación de afirmaciones escatológicas
(III.3.G, p. 131) ¿Qué significa decir “no” a Dios?
Uno puede decir este “no” cuando uno es malo, cuando uno entiende
el mal, y cuando uno lo quiere. ¿Es esto lo qué Jesús comentó
cuando en las Escrituras le atribuyen a él declaraciones acerca de esta
“generación perversa”? ¿Los infortunios y los castigos
que Jesús prometió contra los malhechores nos presentan una historia
de un testigo ocular de cómo la maldad de mundo resultará? Rahner
dice no. Las declaraciones de Jesús son posibilidades. Ellas son las
instrucciones acerca de la seriedad de nuestras decisiones morales. Distante
de ser solamente relevantes al final de los tiempos, ellas son las declaraciones
acerca del ser humano para cualquier tiempo. Cuando nosotros los seres humanos
encaramos las alternativas de la muerte y la vida eterna, las declaraciones
escatológicas de Jesús demandan que oigamos a Dios, y las posibilidades
que nos encaran, con la seriedad suprema.
H. Posibilidad del pecado como existencial permanente
(III.3.H, p. 133) Cada decisión hecha por el ser humano es una síntesis
de “la libertad original” y “las necesidades de la libertad”
(como discutimos en la sección C). Cada decisión es “co-determinada”
por decisiones previas. A estas decisiones previas podemos ser ciegos, y acerca
de ellas podemos ser incapaces de reflexionarlas. Nuestra situación verdadera
no es completamente accesible a la reflexión (como Rahner notó
en la sección A). Aún un examen completo de conciencia no puede
ser una declaración de la certeza absoluta.
Uno nunca sabe perfectamente si las acciones objetivamente culpables manifiestan un “no” a Dios. Ellas pueden representar bien una manipulación hacia nosotros la cual tiene el carácter de necesidad. Como Rahner dice, “Nunca sabemos con seguridad última si somos realmente pecadores” (133). Pero sabemos con certeza que podemos ser realmente pecadores. Y sabemos que esta posibilidad no puede ser refutada.
I. Soberanía permanente de Dios
(III.3.I, p. 134) El decir “sí” a Dios no es una alternativa
a la libertad. Hacer una elección moral difícil nos puede dar
más libertad que una simple e inmoral elección, pero es bueno
decir que “la voluntad malvada ciertamente contradice a Dios.” La
voluntad malvada que escoge “libremente” la maldad toma una decisión
contra Dios, y la buena voluntad que escoge rectitud bajo la compulsión
moral dolorosa hace una elección hacia Dios que se siente solamente como
libertad. Sin embargo, cuando la persona justa escoge hacer lo bueno, incluso
si es “forzado por Dios,” no obstante esa persona todavía
actúa en libertad. Dios no nos quita nuestra voluntad humana.
Dios crea a los seres humanos diferentes de Dios. Aún la libertad humana es la creación de Dios. No limita la soberanía de Dios. Aunque actuemos libremente, nunca conoceremos la mente de Dios directamente. Así nosotros nunca podemos saber (“menos en la obediencia,” dice Rahner) si nuestras decisiones libres llegarán a ser una decisión buena. Todavía debemos tomar esa decisión. No es una decisión hipotética que puede o no puede surgir. Surge en cada momento, y tiene consecuencias absolutas.
(III.4, p. 136) En esta sección, Rahner propone una reinterpretación de la doctrina del pecado original que se reinterpreta a la luz de la experiencia de la libertad y trascendencia. Él empieza mostrando cómo las elecciones libres de los que se han ido antes de nosotros en la historia limitaron nuestra libertad (A). Él entonces pasa a decir esto, aunque nosotros no podamos juzgar la naturaleza moral objetiva de otro acto de la persona, es una adivinación justa que la maldad de otro me puede dirigir a hacer el mal (B). La culpa de otros puede formarme y manchar todas mis elecciones, aún mis elecciones buenas (C). Esto lleva a la definición básica del pecado original como la culpa universal e inextirpable de seres humanos cuyo mal ha formado todas las generaciones humanas (D). Este pecado original se debe distinguir de la culpa personal, definida como la negativa de la persona para responder a la llamada de Dios a la libertad y la trascendencia (E). El pecado original es más que la negativa de obedecer este o aquel mandamiento, pero la negativa para aceptar el ofrecimiento de Dios del ser divino (F). En la relación a ese ofrecimiento de trascendencia, la historia Bíblica del pecado de Adán es una “inferencia,” un historia que explica la idea más básica de obedecer o de ignorar a Dios (G). El pecado original entorpece nuestra libertad de responder a la llamada de Dios. En ese sentido deben ser entendidas las tradicionales “consecuencias” del pecado original (es decir, el trabajo, la ignorancia, y la enfermedad).
A. El mundo concomitante como espacio de realización
de la libertad
(III.4.A, p. 136) Nuestra libertad es limitada por la libertad de otros. Verdaderamente,
todas nuestras elecciones son formadas por las elecciones de los que se han
ido antes de nosotros. Para estar seguros, ejercitamos la libertad, pero esta
libertad sucede dentro de un mundo y dentro de una historia formada por las
decisiones de otros. Así que “la historia de la libertad”
tiene una influencia sobre nosotros. Nuestra libertad no es absoluta, sino una
participación en la libertad. Nuestras decisiones son así nunca
una pura manifestación de lo bueno ni de lo malo, pero las elecciones
dentro de una situación dada a nosotros. No sabemos si ellas realmente
objetivisan lo bueno en sí mismas, o sólo se miran como si ellas
lo hicieran, dada la situación en que nosotros nos encontramos. Verdaderamente,
la bondad o el mal de una decisión pueden cambiar su carácter,
así como llegar a ser una parte de otra decisión libre.
B. Hay objetivaciones de la culpa ajena
(III.4.B, p. 137) ¿Cuando nosotros sufrimos el mal de otro, es esto una
manifestación verdadera de una intención mala? Puede ser, Rahner
dice, pero no hay certeza. Uno puede estar cierto de una propia maldad subjetiva.
Aunque la culpa personal de otro se quede en tinieblas, y oscurece igualmente
mi propia participación en una situación mala (que, como el pecado
original, me puede formar), no obstante parece verdadera esta “situación”
en que me encuentro me puede dirigir a la maldad. Ese es el sentido de Rahner
del pecado original.
C. La originaria y permanente codeterminación
de la libertad
(III.4.C, p. 139) Todos son alcanzados por la culpa de los otros. Y cuando es
alcanzado por otra culpa, yo soy “co-determinado” por esa culpa.
Forma mis elecciones, aún mis actos buenos son manchados por la culpa
de otros, aunque puede aparecer como algo bueno. El ejemplo: Beneficio de la
riqueza de mis padres, y así que soy capaz de donar caritativamente,
pero mi riqueza de padres estaba mal obtenida, y así que mancha mi caridad.
Esto es una forma del pesimismo cristiano, dice Rahner, pero tiene una verdad.
Disipa el mito de la utopía.
D. El “pecado original” según el cristianismo
(III.4.D, p. 140) Nuestra culpa es “original” en el sentido que
los seres humanos han establecido esta culpa a través de la historia.
No hay un momento en la historia en que los seres humanos no hayan sido culpables
de la maldad. La historia de la maldad nos co-determina, como vimos en la sección
previa. Este es el significado del pecado original. Para decir que algún
acto original de Adán y Eva se ha transmitido en su calidad moral, o
transmitido biológicamente, es una forma de la mitología. De cualquier
manera, el pecado original es “la situación” en que nosotros
nos encontramos, una situación en la que ejercitamos nuestra libertad
co-determinada por la culpa de los que nos preceden. El ejemplo: cada vez que
compramos un plátano, el acto es co-determinado por la situación
de los que recolectaron los plátanos y por los que ganan de ellos. El
pecado original es “el original” en el sentido que es universal
e inextirpable.
E. “Pecado original” y culpa personal
(III.4.E, p. 141) El pecado original no es la culpa personal. La culpa personal
se encuentra en nuestra negativa para aceptar la trascendencia que Dios ofrece,
es decir, cuando nosotros nos negamos a hacer lo bueno a lo que somos llamados
y que daría cuenta de nuestro potencial. Verdaderamente, la palabra “pecado”
es utilizada analógicamente; sabemos “el pecado” por mirar
los actos de maldad, pero son incapaces de juzgar la intención moral
del pecador. El desafío a los predicadores deberá expresar esta
idea, la idea del pecado original y de la culpa personal, a los que tienen sólo
un concepto rudimentario de Dios.
F. El “pecado original” a la luz de la propia
comunicación de Dios
(III.4.F, p. 143) En el resumen, el pecado original enseña que nuestra
situación humana, en cualquier elección es formada por la historia,
es “determinada por la culpa.” La historia y la culpa dañan
nuestra libertad. ¿Cuánto se daña? Eso depende del pecado
que se encuentra en el fundamento del pecado original. Si ese pecado es un rechazo
del ofrecimiento de Dios del ser divino, entonces es más pesado que un
rechazo de uno o de otro mandamiento divino. Un rechazo de auto-comunicación
de Dios es el rechazo de la condición para la libertad verdadera. Esta
clase del pecado original es tan radical como existencial del ofrecimiento de
Dios a la humanidad del ser divino. Este pecado ha sacudido las principales
bases de la naturaleza humana.
G. Sobre la hermenéutica de las afirmaciones de
la Escritura
(III.4.G, p. 144) Uno puede llegar a una reflexión en el pecado original
a través de la experiencia cristiana de la historia de la salvación.
Esa historia culmina en el Dios-Hombre, Jesucristo, que (a diferencia de la
culpa humana) no es un producto de la historia humana. El encuentro con Cristo
nos enseña que somos llamados a la trascendencia, y ese pecado es un
rechazo del ofrecimiento de Dios de la trascendencia. Por el contraste, la historia
del pecado original de Adán es una “inferencia.” Inferimos
la existencia de un pecado primal de nuestra experiencia del ofrecimiento de
la trascendencia y de nuestra aceptación o el rechazo de él.
H. Las “consecuencias del pecado original”
(III.4.H, p. 145) La Iglesia proclama que el trabajo, la ignorancia, la enfermedad,
el dolor y la muerte son “las consecuencias” del pecado original.
La experiencia enseña, sin embargo, que éstos existirían
sin el pecado original. ¿Así que cómo deberemos interpretar
la proclamación de la Iglesia? El enfoque de Rahner deberá decir
que interpretamos éstas “consecuencias” diferentemente en
nuestra situación concreta de la culpa, la situación de que co-determina
y limita nuestra libertad. No podemos imaginarnos la vida como es – la
vida con trabajo, la ignorancia, la enfermedad, el dolor y la muerte –
como si no fuéramos alcanzados por la culpa de los que nos precedieron.
En ese sentido, la pérdida de estos dones es “la consecuencia”
del pecado original.
El pecado original se debe entender como una limitación sobre la libertad humana, Rahner dice, no en los términos mitológicos inferidos de una experiencia más básica y trascendental. La enseñanza acerca de los dones preternaturales (la vida del Edén sin el dolor, la ignorancia, etc.) expresa nuestro anhelo de la existencia sin la culpa. Trazamos la pérdida de estos dones al mito de Adán y la pérdida de Edén. El mito, sin embargo, simboliza algo más profundo. Simboliza el “no” a Dios que seres humanos han pronunciado de su orígenes.
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